» – Eso era lo que querías decir, cuando llegaste aquí: No pude salvar a la única que me salvó.
– Y tú me preguntaste: ¿Qué puedes decirme que me permita confiar en ti?
– Ya me lo habías dicho.
Medra le cogió la mano y apoyó su frente contra ella. Al contar su historia había retenido las lágrimas. Ahora no podía hacerlo.
– Ella me dio la libertad -dijo-. Y todavía siento que todo lo que hago lo hago a través de ella y por ella. No, no por ella. No podemos hacer nada por los muertos. Pero por…
– Por nosotros -dijo Ascua-. Por nosotros que vivimos, escondidos, ni muertos ni matando. Los muertos están muertos. Los grandes y poderosos recorren su camino libremente. Toda la esperanza que queda en el mundo está en la gente de poca importancia.
-¿Acaso deberemos escondernos siempre?
– Has hablado como un hombre -dijo Velo con su dulce y doliente sonrisa.
– Sí -dijo Ascua-. Debemos ocultarnos y para siempre si es necesario. Porque no queda nada más que morir o matar, más allá de estas costas. Tú lo dices, y yo lo creo.
– Pero no puedes esconder el verdadero poder -dijo Medra-. No durante mucho tiempo. Muere al estar oculto, al no ser compartido.»
Ursula K. Le Guin