Cuentos de Terramar (Fragmento)

» – Eso era lo que querías decir, cuando llegaste aquí: No pude salvar a la única que me salvó.

– Y tú me preguntaste: ¿Qué puedes decirme que me permita confiar en ti?

– Ya me lo habías dicho.

Medra le cogió la mano y apoyó su frente contra ella. Al contar su historia había retenido las lágrimas. Ahora no podía hacerlo.

– Ella me dio la libertad -dijo-. Y todavía siento que todo lo que hago lo hago a través de ella y por ella. No, no por ella. No podemos hacer nada por los muertos. Pero por…

– Por nosotros -dijo Ascua-. Por nosotros que vivimos, escondidos, ni muertos ni matando. Los muertos están muertos. Los grandes y poderosos recorren su camino libremente. Toda la esperanza que queda en el mundo está en la gente de poca importancia.

-¿Acaso deberemos escondernos siempre?

– Has hablado como un hombre -dijo Velo con su dulce y doliente sonrisa.

– Sí -dijo Ascua-. Debemos ocultarnos y para siempre si es necesario. Porque no queda nada más que morir o matar, más allá de estas costas. Tú lo dices, y yo lo creo.

– Pero no puedes esconder el verdadero poder -dijo Medra-. No durante mucho tiempo. Muere al estar oculto, al no ser compartido.»

Ursula K. Le Guin

Tehanu (Fragmento)

«Esa noche caía una helada más fuerte. Su mundo estaba sumido en un perfecto silencio que sólo rompía el murmullo del fuego. El silencio era como una presencia entre los dos. Ella alzó la cabeza y lo miró.

-Y bien -dijo-, ¿en qué cama duermo, Ged? ¿En la de la niña o en la tuya?

Él respiro profundamente. Habló en voz baja.

-En la mía, si quieres.

-Sí.

El silencio lo inmovilizaba. Ella se daba cuenta del esfuerzo que hacía para escapar de ese silencio.

-Si me tienes paciencia… – dijo él.

-He sido paciente contigo durante veinticinco años -dijo ella. Lo miró y se echó a reír-. Ven, ven, querido… ¡Más vale tarde que nunca! No soy más que una vieja… Nada se pierde, nada se pierde jamás. Tú me lo enseñaste. – Ella se puso de pie y él se levantó; ella extendió las manos y él se las tomó. Se rodearon con los brazos, y se estrecharon. Se abrazaron con tal intensidad, con tal cariño, que todo lo que los rodeaba desapareció. Poco importó en qué lecho hubiesen pretendido dormir. Esa noche se tendieron en las piedras que rodeaban el hogar y allí Tenar le enseñó a Ged el misterio que ni siquiera los hombres más sabios podrían enseñarle.»

Ursula K. Le Guin

La Costa Más Lejana (Fragmento)

«Gavilán estiró el brazo y tomando la mano Arren, la apretó con rudeza: ahora los dos se tocaban se tocaban con los ojos y con la carne.

-Lebannen- dijo. Nunca había pronunciado el nombre verdadero de Arren, y Arren nunca se lo había dicho-. Lebannen, esto es. Y tú eres. No hay seguridad. No hay fin. La palabra ha de oírse en silencio. Para que se vean las estrellas es preciso que haya oscuridad. La danza se baila siempre sobre el sitio vacío, sobre el terrible abismo.

Arren hubiera querido soltarse, pero el mago lo retenía.

-Os he traicionado -dijo-. Y volveré a traicionaros. ¡No tengo suficiente fuerza!

-Tienes suficiente fuerza. -La voz de Gavilán parecía tierna, pero había en ella la misma dureza que había asomado en lo más hondo de la vergüenza de Arren-. Lo que amas, amarás. Lo que emprendas, lo llevarás a cabo. Se puede confiar en ti. No es de extrañar que no lo hayas aprendido todavía; solo has tenido diecisiete años para aprenderlo.

Pero reflexiona un momento, Lebannen. Rehusar la muerte es rehusar la vida.

-¡Pero yo buscaba la muerte!

-Arren levantó la cabeza y clavó la mirada en Gavilán-. Como Sopli…

-Sopli no buscaba la muerte. Buscaba acabar con el miedo a la muerte.

-Pero hay un camino. El camino que él buscaba. Sopli. Y Liebre, y los otros. El camino de regreso a la vida, a la vida sin muerte. Vos… vos más que cualquier otro… vos tenéis que conocer ese camino…

-Yo no lo conozco.

-Pero los otros, los hechiceros…

-Sé lo que ellos creen buscar. Pero sé que morirán, como ha muerto Sopli. Que yo moriré. Que tú morirás.

El puño del mago seguía reteniendo a Arren.

-Y valoro ese conocimiento. Es un gran don. Es el don de la identidad. Porque sólo perdemos aquello que es nuestro. Esa identidad, nuestro tormento y nuestra gloria, nuestra humanidad, no perdura. Cambia y desaparece. Una ola en el mar. ¿Querrías acaso que el mar quedara inmóvil, que las mareas cesaran para salvar una sola ola, para salvarte tú? ¿Renunciarías a la habilidad de tus manos, a la pasión de tu corazón, a la avidez de tu mente, para comprar seguridad?

-Seguridad-repitió Arren.

-Sí -dijo el mago- Seguridad.

Soltó la mano de Arren y apartó de él los ojos, dejándolo solo, aunque seguían estando frente a frente.

-No sé- dijo Arren al cabo-. No sé lo que busco ni a dónde voy, ni quien soy.

-Yo sé quién eres- dijo Gavilán en el mismo tono de voz bajo y duro-. Eres mi guía. En tu inocencia y tu coraje, en tu insensatez y tu lealtad, eres mi guía, el niño a quien envío delante de mí en la noche oscura. Es tu miedo lo que sigo. Tú has pensado que yo te trataba con dureza. Nunca has sabido hasta qué punto. Me sirvo de tu amor como un hombre que enciende una vela para alumbrarse el camino y la deja arder hasta que se consume. Y hay que seguir. Hay que seguir y recorrerlo todo, hasta el último día. Hasta el lugar donde los manantiales se secan, el lugar al que te arrastra tu miedo mortal.

-¿Dónde está ese lugar mi señor?

-No lo sé.

-Yo no puedo llevaros. Pero iré con vos.»

Ursula K. Le Guin

 

 

Las tumbas de Atuan

«-Mientes -dijo la joven con vehemencia-, son invenciones tuyas.

Él la miró sorprendido.

-¿Por qué habría de mentir, Arha?

-Para que yo me sienta estúpida y miedosa. Para hacerte pasar por sabio y valiente y poderoso, y señor de dragones, y esto y aquello y lo de más allá. Tú has visto bailar a los dragones y las torres de Havnor, y lo sabes todo. Y yo no sé nada de nada y no he ido a ninguna parte. ¡Pero a todo lo que sabes son mentiras! No eres nada más que un ladrón y un prisionero, y no tienes alma, y nunca volverás a salir de aquí. Qué importa que haya océanos y dragones y torres blancas y todos lo demás, porque nunca volverás a verlos, nunca verás nada, ni siquiera la luz del sol. Todo cuanto yo conozco es la oscuridad, la noche subterránea. Y eso es lo único que realmente existe. Eso es, al fin y al cabo, cuanto hay que conocer. El silencio y la oscuridad. Tú lo sabes todo, hechicero. Pero yo sé una cosa: ¡la única cosa que es cierta!

Él agachó la cabeza. Las manos largas y cobrizas le descansaban sobre las rodillas. Arha le miró las cicatrices de la cara. Había ido más lejos que ella en la oscuridad; conocía la muerte mejor que ella, incluso la muerte… Sintió que un arrebato de odio subía a ella y le apretaba la garganta. ¿Cómo podía estar allí tan desvalido y ser tan fuerte a la vez? ¿Por qué no podía vencerlo?

-Por eso te he dejado vivir -dijo de repente, sin ninguna premeditación-. Quiero que me enseñes los trucos de los hechiceros. mientras tengas algo que enseñarme seguirás con vida. Si no tienes nada que enseñarme, si tus artes no son más que bufonadas y mentiras, entonces acabaré contigo. ¿Has entendido?

-Sí.

-Muy bien. Adelante.»

Ursula K. Le Guin

Un mago de Terramar (Fragmento)

«-Tienes que regresar.

-¿Regresar?

-Si continúas así, si sigues huyendo, dondequiera que huyas siempre encontrarás el peligro y el mal, porque es ella la que te lleva, la que elige tu camino. Eres tú quien ha de elegir. Tienes que hostigar a quien te hostiga. Tienes que perseguir al cazador.

Ged callaba.

-En la fuente del río Ar-prosiguió el mago-, donde el torrente cae de la montaña hasta el océano, te di tu nombre. Un hombre puede saber a dónde va, mas nunca podrá saberlo si no regresa y vuelve a su origen, y atesora ese origen. Si no quiere ser una rama desgajada que va y viene y se hunde a merced de la corriente, entonces tendrá que ser el torrente mismo, todo él desde el nacimiento hasta la desembocadura en las aguas del mar. Tú, Ged, has vuelto a Gont, has vuelto a mí. Vuélvete ahora, da la vuelta entera y busca la fuente misma. La fuente verdadera, y lo que está antes de la fuente. Sólo allí tendrás poder.

-¿Allí, Maestro? -dijo Ged con terror en la voz-. ¿Dónde?

Ogión no respondió.

-Si doy la vuelta -dijo Ged al cabo de un momento-, si como tú dices persigo al cazador, creo que la cacería no durará mucho. Todo cuanto la sombra desea es enfrentarme, cara a cara. Dos veces lo ha conseguido y dos veces me ha derrotado.

-La tercera es la de la magia- dijo Ogión.

Ged recorría el cuarto de arriba abajo, del hogar a la puerta, de la puerta al hogar.

-Y si me vence, si me derrota definitivamente -dijo, arguyendo tal vez con Ogión, tal vez consigo mismo-, se adueñará de mi saber y mi poder, y lo utilizará. Ahora sólo es peligrosa para mí. Pero si entra en mí y me posee, hará un mal enorme valiéndose de mí.

-Eso es cierto. Si te derrota.

-Y si huyo otra vez, volverá a encontrarme… Y en esa huida estoy consumiendo todas mis fuerzas. -Ged Siguió yendo y viniendo por el cuarto un momento más. De pronto se volvió, y dijo arrodillándose a los pies del mago-: He acompañado a grandes hechiceros y he vivido en la Isla de los Sabios, mas tú, Ogión, eres mi verdadero maestro. -Hablaba con amor y con un júbilo sombrío.

-Bien -dijo Ogión-. Ahora lo sabes. Más vale tarde que nunca. Pero al final, tú serás mi maestro.»

Ursula K. Le Guin