Las tumbas de Atuan

«-Mientes -dijo la joven con vehemencia-, son invenciones tuyas.

Él la miró sorprendido.

-¿Por qué habría de mentir, Arha?

-Para que yo me sienta estúpida y miedosa. Para hacerte pasar por sabio y valiente y poderoso, y señor de dragones, y esto y aquello y lo de más allá. Tú has visto bailar a los dragones y las torres de Havnor, y lo sabes todo. Y yo no sé nada de nada y no he ido a ninguna parte. ¡Pero a todo lo que sabes son mentiras! No eres nada más que un ladrón y un prisionero, y no tienes alma, y nunca volverás a salir de aquí. Qué importa que haya océanos y dragones y torres blancas y todos lo demás, porque nunca volverás a verlos, nunca verás nada, ni siquiera la luz del sol. Todo cuanto yo conozco es la oscuridad, la noche subterránea. Y eso es lo único que realmente existe. Eso es, al fin y al cabo, cuanto hay que conocer. El silencio y la oscuridad. Tú lo sabes todo, hechicero. Pero yo sé una cosa: ¡la única cosa que es cierta!

Él agachó la cabeza. Las manos largas y cobrizas le descansaban sobre las rodillas. Arha le miró las cicatrices de la cara. Había ido más lejos que ella en la oscuridad; conocía la muerte mejor que ella, incluso la muerte… Sintió que un arrebato de odio subía a ella y le apretaba la garganta. ¿Cómo podía estar allí tan desvalido y ser tan fuerte a la vez? ¿Por qué no podía vencerlo?

-Por eso te he dejado vivir -dijo de repente, sin ninguna premeditación-. Quiero que me enseñes los trucos de los hechiceros. mientras tengas algo que enseñarme seguirás con vida. Si no tienes nada que enseñarme, si tus artes no son más que bufonadas y mentiras, entonces acabaré contigo. ¿Has entendido?

-Sí.

-Muy bien. Adelante.»

Ursula K. Le Guin

Un mago de Terramar (Fragmento)

«-Tienes que regresar.

-¿Regresar?

-Si continúas así, si sigues huyendo, dondequiera que huyas siempre encontrarás el peligro y el mal, porque es ella la que te lleva, la que elige tu camino. Eres tú quien ha de elegir. Tienes que hostigar a quien te hostiga. Tienes que perseguir al cazador.

Ged callaba.

-En la fuente del río Ar-prosiguió el mago-, donde el torrente cae de la montaña hasta el océano, te di tu nombre. Un hombre puede saber a dónde va, mas nunca podrá saberlo si no regresa y vuelve a su origen, y atesora ese origen. Si no quiere ser una rama desgajada que va y viene y se hunde a merced de la corriente, entonces tendrá que ser el torrente mismo, todo él desde el nacimiento hasta la desembocadura en las aguas del mar. Tú, Ged, has vuelto a Gont, has vuelto a mí. Vuélvete ahora, da la vuelta entera y busca la fuente misma. La fuente verdadera, y lo que está antes de la fuente. Sólo allí tendrás poder.

-¿Allí, Maestro? -dijo Ged con terror en la voz-. ¿Dónde?

Ogión no respondió.

-Si doy la vuelta -dijo Ged al cabo de un momento-, si como tú dices persigo al cazador, creo que la cacería no durará mucho. Todo cuanto la sombra desea es enfrentarme, cara a cara. Dos veces lo ha conseguido y dos veces me ha derrotado.

-La tercera es la de la magia- dijo Ogión.

Ged recorría el cuarto de arriba abajo, del hogar a la puerta, de la puerta al hogar.

-Y si me vence, si me derrota definitivamente -dijo, arguyendo tal vez con Ogión, tal vez consigo mismo-, se adueñará de mi saber y mi poder, y lo utilizará. Ahora sólo es peligrosa para mí. Pero si entra en mí y me posee, hará un mal enorme valiéndose de mí.

-Eso es cierto. Si te derrota.

-Y si huyo otra vez, volverá a encontrarme… Y en esa huida estoy consumiendo todas mis fuerzas. -Ged Siguió yendo y viniendo por el cuarto un momento más. De pronto se volvió, y dijo arrodillándose a los pies del mago-: He acompañado a grandes hechiceros y he vivido en la Isla de los Sabios, mas tú, Ogión, eres mi verdadero maestro. -Hablaba con amor y con un júbilo sombrío.

-Bien -dijo Ogión-. Ahora lo sabes. Más vale tarde que nunca. Pero al final, tú serás mi maestro.»

Ursula K. Le Guin