«Gavilán estiró el brazo y tomando la mano Arren, la apretó con rudeza: ahora los dos se tocaban se tocaban con los ojos y con la carne.
-Lebannen- dijo. Nunca había pronunciado el nombre verdadero de Arren, y Arren nunca se lo había dicho-. Lebannen, esto es. Y tú eres. No hay seguridad. No hay fin. La palabra ha de oírse en silencio. Para que se vean las estrellas es preciso que haya oscuridad. La danza se baila siempre sobre el sitio vacío, sobre el terrible abismo.
Arren hubiera querido soltarse, pero el mago lo retenía.
-Os he traicionado -dijo-. Y volveré a traicionaros. ¡No tengo suficiente fuerza!
-Tienes suficiente fuerza. -La voz de Gavilán parecía tierna, pero había en ella la misma dureza que había asomado en lo más hondo de la vergüenza de Arren-. Lo que amas, amarás. Lo que emprendas, lo llevarás a cabo. Se puede confiar en ti. No es de extrañar que no lo hayas aprendido todavía; solo has tenido diecisiete años para aprenderlo.
Pero reflexiona un momento, Lebannen. Rehusar la muerte es rehusar la vida.
-¡Pero yo buscaba la muerte!
-Arren levantó la cabeza y clavó la mirada en Gavilán-. Como Sopli…
-Sopli no buscaba la muerte. Buscaba acabar con el miedo a la muerte.
-Pero hay un camino. El camino que él buscaba. Sopli. Y Liebre, y los otros. El camino de regreso a la vida, a la vida sin muerte. Vos… vos más que cualquier otro… vos tenéis que conocer ese camino…
-Yo no lo conozco.
-Pero los otros, los hechiceros…
-Sé lo que ellos creen buscar. Pero sé que morirán, como ha muerto Sopli. Que yo moriré. Que tú morirás.
El puño del mago seguía reteniendo a Arren.
-Y valoro ese conocimiento. Es un gran don. Es el don de la identidad. Porque sólo perdemos aquello que es nuestro. Esa identidad, nuestro tormento y nuestra gloria, nuestra humanidad, no perdura. Cambia y desaparece. Una ola en el mar. ¿Querrías acaso que el mar quedara inmóvil, que las mareas cesaran para salvar una sola ola, para salvarte tú? ¿Renunciarías a la habilidad de tus manos, a la pasión de tu corazón, a la avidez de tu mente, para comprar seguridad?
-Seguridad-repitió Arren.
-Sí -dijo el mago- Seguridad.
Soltó la mano de Arren y apartó de él los ojos, dejándolo solo, aunque seguían estando frente a frente.
-No sé- dijo Arren al cabo-. No sé lo que busco ni a dónde voy, ni quien soy.
-Yo sé quién eres- dijo Gavilán en el mismo tono de voz bajo y duro-. Eres mi guía. En tu inocencia y tu coraje, en tu insensatez y tu lealtad, eres mi guía, el niño a quien envío delante de mí en la noche oscura. Es tu miedo lo que sigo. Tú has pensado que yo te trataba con dureza. Nunca has sabido hasta qué punto. Me sirvo de tu amor como un hombre que enciende una vela para alumbrarse el camino y la deja arder hasta que se consume. Y hay que seguir. Hay que seguir y recorrerlo todo, hasta el último día. Hasta el lugar donde los manantiales se secan, el lugar al que te arrastra tu miedo mortal.
-¿Dónde está ese lugar mi señor?
-No lo sé.
-Yo no puedo llevaros. Pero iré con vos.»
Ursula K. Le Guin